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Personas y Perros

No contaré hoy la historia de este día.
No contaré cómo, una vez llegados al Gran Cañón, solté a Tibet y su atávico sentido del rastreo desató sus patas hasta ocultarlo tras los matorrales y volvió, desnudo de su arnés e indocumentado y tuvimos que llegar a casa improvisando una correa con cinturones.
Ese es un relato para otra ocasión.

Hoy la historia va de perros y personas. Y tiene dos personas y dos perros como protagonistas. Y ninguna somos ni yo ni mi perro.

Son dos humanos. Digamos: Lorena y Teo. Y son dos perros: Black y Skywalker (al que llamaremos Sky).

Al principio, como manda el protocolo, se saludan los perros. Se olisquean, se caen bien. Ninguno de los humanos tiene demasiadas ganas de hablar. Sin embargo, en algún momento, ellos también detectan puntos en común. Y día a día, encuentro a encuentro, traban una suerte de conversación inacabada que se inicia y termina con puntos suspensivos o con un tácito "continuará". Nunca llegan a alguna parte, o sí, el caso es que les gusta hablar el uno con el otro con esa dialéctica llena de meandros, pasos adelante y atrás y matices casi surrealistas.

Los perros, a su vez, establecen los territorios propios de sus caracteres: Sky tiene querencia al orden, a la regularidad, al recuento y al equilibrio. Es un perro pastor y abre la comitiva marcando el paso. A su vez, Black ejerce de cachorro y, a pesar de abultar el triple que el pequeño Sky, acata su mandato y se conforma con morderle, de vez en cuando, los bigotes.

Y así se suceden encuentros casuales y sus consiguientes paseos. Los perros cada vez mas cómplices. Los humanos cada vez mas cómodos en su interminable conversación.

Un día, en uno de sus fortuitos contactos, Sky se dá cuenta de inmediato que algo ha cambiado. Lorena aparece a lo lejos y es distinta. El andar algo mas apagado y junto a ella ningún animal. Un hueco camina a su lado. Aparece sola.
La comitiva se reconstruye pero  ya no es la misma. El rebaño ha mermado.
Así pues, Sky se coloca junto a la humana que ha perdido a su compañero. Recompone, a su manera, el maltrecho vínculo y camina al lado de Lorena rellenando ese hueco irreemplazable. Fiel a su manera canina. Noble como ningún ser humano puede llegar a ser. Con la silenciosa, pero no muda, lealtad que los perros nos regalan.

Tomando conciencia del hecho, Teo se pregunta si las cosas son así, tales como él las ve; si, una vez más, no le traiciona el enorme amor y respeto que siente por los canes y no les estará atribuyendo humanas cualidades. (Y vamos  a decir humanas aunque no habituales en la especie).

Y así el recompuesto rebaño, con Sky ejerciendo de pastor a la vez que de voluntarioso acompañante,
avanza entre los álamos que pintan, con aguadas ocre o plata, el envés de sus hojas frágiles y voladizas.





"Plam plam, la perra a quien todos temían"


Hoy sé que se llama Plam plam. 

Desde que tenemos a Tibet y salimos con él a pasear al cauce del río, suelo cruzar la acera para no pasar por delante de un portal determinado.

Uno de los primeros días que nos acercamos al río, un pastor alemán, grande, malencarado y vociferante, con esos ladridos que atraviesan la calle, nos salió al paso dándonos un susto de muerte.

En muchas otras ocasiones, y casi coincidiendo con nosotros, los ladridos de aquél perro nos decidían a aminorar el paso, cruzar la acera o, una vez en el río, tomar la dirección contraria.

A Tibet, que tiene un cierto recelo con pastores alemanes en general, le daba miedo el perro.
Yo, por mi parte, compadecía a esa dueña, obligada a pasear por calles donde se le hacía el vacío y a no compartir territorio ni conversaciones perrunas ni saludos caninos.

Hasta hoy.

Por fín Tibet, que desde hace unos días arrastra una indigestión, recupera la normalidad y vuelve a ser el perro juguetón y ansioso por el saludo y el olisqueo.

Pues bien, antes de que me dé cuenta veo que se acuesta expectante en el suelo, en modo "te espero para jugar", postura muy practicada últimamente por él para invitar a otros perros al lío de correas y demás. Y miro al frente y veo, con temor, que se acerca el perro vociferante.
No tengo mas remedio que esperar porque Tibet parece pegado al suelo y me llevo una enorme sorpresa cuando veo que el can se acerca ladrando pero moviendo el rabo y la dueña, tan tranquila.

Desde el principio, me doy cuenta. Plam plam ladra para que jueguen con ella. Es una perra incomprendida. Nadie se le quiere arrimar porque la temen y ella tiene que ladrar para demandar atención. Frustrada porque nadie quiere acercarse a ella.
Su ama, agradecida por la oportunidad, me cuenta todo esto mientras Tibet, fascinado por su magnífica compañera, le dedica todo su repertorio social.

No hace falta que explicite el símil con aquellos que no parecen permitir la cercanía de los demás, verdad?
Os lo ahorro, pero yo me he quedado mucho rato pensando en Plam plam y sus mal enfocadas habilidades y contraproducentes señales. A mi me suena bastante.

Perros, Personas y Etólogos


Soy de esas personas que adoptan un perro recogido en la calle y contratan a un etólogo para educarlo. 

No me gustan esos mensajes de macho alfa, dominación y líder de la manada. Prefiero el refuerzo positivo.

Ahora se que un perro necesita, tan solo, mensajes claros. Ordenes concretas  designadas con palabras concretas y unitarias. Me dicen que haga algo, lo hago y recibo un premio. Así de fácil, así de complejo.

Entonces ocurre que te das cuenta de que, como humano, emites muchas señales inconexas, incoherentes, incluso contradictorias. Tu perro se confunde y, ante la confusión, elabora su propia respuesta que es, principalmente, tirar de la correa.
Quien tenga perros sabe de sobra a qué me refiero.

Durante algo mas de un mes, he convivido con el suplicio de pasear un perro de una vitalidad inabarcable a fuerza de tirones. Eso cada día, multiplicado por tres. Si vemos palomas, tirón, si nos cruzamos con otro perro, tirón, si huelo una caca insoslayable, tirón, si oigo un autobús que pasa, una moto que arranca, si se enciende una luz repentinamente, tirón, tirón, tirón...

Pues bien. Gracias a los sabios consejos de un etólogo, vamos construyendo una relación, un vínculo. Nuestro perro y nosotros. Mi perro y yo.

Hoy hemos dado un paseo idílico. El y yo. A nuestro ritmo. Él hubiera querido correr, pero, gentilmente, se ha adaptado a mi paso. Yo, por mi parte le he dedicado mi tiempo y mi atención. Nos hemos mirado y nos hemos comprendido. Eso creo.

Mi mano, al final de la correa, le ha dado mensajes claros, unitarios.
Él ha respondido como se esperaba que respondiera.
Entonces...

Porqué no somos así, tan claros, en las relaciones entre personas?. Porqué inventamos códigos extraños cargados de intenciones ocultas y dobles lecturas?. Porqué nuestras palabras dicen una cosa y nuestros cuerpos otras?

Habéis visto la mirada del ojo de esmalte, mas arriba, en la imagen?
La mirada tan limpia?

No comparo. Sería injusto.
Pero no nos vendría mal, de vez en cuando, un pequeño tirón de correa. Un interlocutor con una intención clara y una respuesta mas sencilla y honesta por nuestra parte. Un cuerpo al servicio de nuestras palabras. 
Un mensaje coherente y unitario entre nuestro pensamiento y nuestra acción.

Primeras hazañas

 Primera hazaña del perrito bueno
en señal de rebeldía
por una ausencia nuestra
que ha resultado demasiado larga.


Naturaleza muerta 
con chancla hawayana negra (mía)
sobre fondo rosa pálido.


Vale, Tibet.
Nos vamos entendiendo.
Y ahora no me mires 
con esa carita de arrepentimiento.


Puro Presente


Husmear, oler, seguir el rastro, mojarme la nariz entre la hierba húmeda de la mañana, mirar hacia arriba, al lado, ella conmigo. Un rastro, un amigo, el amor fugaz de una perrilla que pasa, otro rastro, un palo que lanzan al aire, la pelota que rueda, ella conmigo, al final de la correa. Todavía no puedo ir suelto, pero pronto, pronto. Aquí dejo mi olor, este árbol es mío, meto las patas en los charcos, me llevo conmigo el barro, lo dejo atrás, la calle, otros olores distintos, los coches, temor. Me acerco a sus piernas, ella me protege. Me cruzo con un nuevo amigo, muevo la cola, nos conocemos, nos olemos. Ellas se saludan amablemente, sonríen, intercambian historias. Nuestros pasados de perros perdidos. Nuestro presente feliz de perros encontrados.

Entonces llegó Tibet a nuestra vida.


Un puñado de circunstancias: Un dueño sin escrúpulos. Disparos de balín. Un perro herido y perdido. Abandonado. En los huesos, asustado. Unos niños que juegan. Un perro que juega con ellos. La noche, volver a casa. Un perro que vuelve a sobrar. La peluquera del perro de mi hermana que se apiada del podenco sin hogar de la mirada líquida. La mujer que ve, tras los ojos, el perro extraordinario.
Nuestra historia reciente que llega a sus oídos a través de mi hermana.

Y, en unos pocos y rápidos movimientos, que vamos a verlo.

Que nos mira y parece saberlo todo de nosotros. Que es gentil y alegre. Que es sencillo.
Que nos decidimos sin pensarlo demasiado. Es demasiado evidente.

No tenía nombre, le llamaban “Gordo” .

Ahora su nombre es Tibet. Porque es tranquilo y hermoso como las montañas.
Lo esperábamos y ha llegado a nuestra vida.

Es Nuestro Perro.
Ahora Si.




Una adopción fallida. La excepción de la regla.


Al final Bogart resultó ser demasiado complicado para nuestra familia de cuidadores amateurs, a pesar de nuestra buena voluntad.
Una parte esencial de su pasado se nos ocultó, quizá deliberadamente. La cuestión es que ya había sido devuelto en dos ocasiones y estaba demasiado acostumbrado a su lenguaje carcelario de mordiscos y gruñidos amenazantes como para convivir con humanos.

Así pues, una tarde que nunca olvidaré lo devolvimos a su manada a la que, afortunadamente, se alegró de volver.

Me lo dijo todo el hecho de que allí nadie pareció sorprenderse. Sin poner objeciones lo cogieron de su collar y lo devolvieron al lugar de donde lo habíamos sacado. Volvió a ser un perro ladrando entre otros perros ladrando. Y yo me fui de allí sintiéndome muy triste.

Eso si,  con mas ganas que nunca de Encontrar A Mi Perro.

Bogart. The beginnings.

Al parecer, amigos, hemos adoptado un can cuya fama es reconocida y legendaria.
A las pruebas me remito.

La veterinaria de la Protectora, nada mas verlo, le reconoce y nos sugiere bozal. Ante la imposibilidad de colocárselo, la doctora se niega a hacerle un reconocimiento.

Vale.


Esto nos pone un poquito en guardia. Pero decidimos seguir adelante. Él ya pertenece a nuestra familia.

Bogart es un perro tranquilo. No ladra, no muerde las cosas en casa. Respeta bastante la rutina de pises y demás, no es pedigüeño y, durante los paseos, acepta el quieto en los pasos de cebra y cuando se le pide con seguridad.
Sin embargo, si se le acaricia o cepilla en determinados puntos se revuelve dispuesto al mordisco. La sola visión de un bozal le pone frenético. Tiene miedo de determinados perros, de otros no. Cuando se estresa da vueltas en torno a tí en modo circense hasta que se tranquiliza. Y defiende algunas camas y superficies como territorio propio si, cuando instalado en ella, intentas acercarte. Es su cara carcelaria. 
Estos, además de las cicatrices de dentelladas u otras agresiones de origen incierto en la cara,  son los detalles que nos hacen sospechar que ha tenido un pasado tormentoso.

Pues bien. Hemos decidido darle una oportunidad. Nos gusta Bogart. Su sobriedad, sus maneras de gentelman acodado con las patas cruzadas en su cojín de Darth Vader o cuando se sienta a la salida del salón, dándonos la espalda en señal de calma o defensa de los suyos (ahora nosotros somos su manada). Nos gusta su mirada de ganster, que, a ratos, se dulcifica. Su cola peluda que, día a día, muestra menos estres y mayor contento genuino. 


Somos conscientes de que emprendemos una relación que implica terapia y conocimiento pero, sobre todo, sentido común, coherencia y mucha paciencia.

Así que iremos poco a poco.

Primeros objetivos:
Regularidad de paseos e higiene.
Incorporar el momento cepillado sin salir "trasquilados" con un mordisco repentino
Comenzar la rutina ir a la peluquería solo de visita, para que empiece a confiar en el lugar y en la peluquera que es una mujer muy experta de la que pensamos hacernos amigos. 


Creo que lo del bozal lo dejaremos para mas adelante.

Bogart ya está en casa



Hemos adoptado un perro.
La experiencia en el refugio es potente. Ladridos, olor, miradas desde sus lugares, jaulas, casetas… Ojos de perros viejos, jóvenes, hoscos, dañados, atolondrados, dolidos, saltarines, tímidos, abandonados, juguetones, vivaces, circunspectos… ¿Dónde está la mirada que nos decida?
En un cierto momento, la vemos ahí. Unos ojos de aspecto inteligente y enérgico captan nuestra atención. Se llama Andy. Raza incierta. Pelo corto color café con leche. Porte mediano. Fuerte. Una característica lo separa del resto: No ladra.

Desde el principio, sabemos que va a ser él. La voluntaria lo sujeta al arnés para sacarlo a pasear mientras nos da unos cuantos datos, pocos, de su historia.

Es un perro adulto, cuatro o cinco años, probablemente. Nunca se sabe. El abandono y la precaria alimentación dañan la dentadura y aparenta, quizá, mas edad de la que tiene.
Es un perro con un carácter. Tiene un pasado, un historial. Algo pendenciero con otros machos pero machos perrunos. Catalogado como "especial".

Salimos con él. Afortunadamente, el refugio está en medio de la nada. Hay árboles, hierbas y matorrales por donde Andy olisquea y deja sus marcas. Emocionado con el paseo, pues salen dos o tres veces por semana, tira y tira de la correa en un ansia que parece no tener fin,

Después de los trámites de rigor, vacuna antirrabia incluida (y bastante mal recibida) lo montamos en el coche y lo llevamos a casa.

Tras la primera hora, ya tiene nuevo nombre. Un nombre de perro adulto: Bogart.
Todo el primer día se lo pasa de aquí para allá, mirando, oliendo, recorriendo, entrando y saliendo de todas las habitaciones de este nuevo lugar. Interrumpe brevemente sus exploraciones para localizarnos y saber que estamos ahí. Se acerca un momento y vuelve a su tarea topográfica. Está reconociendo su nuevo territorio.

No parece cariñoso, no pide caricias. Incluso tocado en cierto punto, intenta morder. Lo ignoramos. En general, le dejamos hacer. Respetamos su espacio y la distancia. Sus vagabundeos. Habrá que esperar.

Yo me siento algo abrumada con todas las recomendaciones, cautelas, etc que conlleva mi recién adquirido cargo de propietaria de un perro. Y se que he de relajarme. Hemos de acostumbrarnos a este nuevo habitante en la casa. Y él a nosotros.

Al día siguiente, lo saco de paseo antes de ir a trabajar. Es muy temprano y, en el exterior, todo está oscuro.
Bogart premia mi madrugón con un pis y unas deposiciones de aspecto y tamaño impecable, hechas, con gran educación, en la acera de nuestra calle.





Un fantástico "día de perros"

Mi familia y amigos "perrunos" me comprenderán cuando ilustre este post con un sonido:
Los lengüetazos vigorosos de un perro joven bebiendo tras un largo paseo...
Es un ruido vital, lleno de pasión por la vida.

El domingo fue un día de perros. Fueron paseos largos. Bajo el sol, con el eco del azahar y el sonido de las cigarras. Los perros viven el paseo como si fuera su propósito en la vida. Intensos, nerviosos, olfatean plantas y rastros ajenos como quien lee un libro de poemas por vez primera. Descubren la luna tras cada esquina y se cruzan con perros que, al instante, son amigos del alma o enemigos acérrimos.

Trotan, se separan del camino, investigan atajos y huesos y vuelven a tu lado, acoplándose un instante a tu paso, hasta el siguiente sonido, olor, hasta la siguiente llamada del bosque lleno de señales.

Mientras tanto, hablamos. Pero siempre nuestra conversación se interrumpe con risas. Un perro que se lanza al cauce de un pequeño río como si hubiera descubierto el agua y se sacude con fuerza. Y sonríe como solo sonríen los perros.

Un Domingo De Perros


En casa, de siempre, ha habido perros.
Este domingo, dos perros, una madre y tres hermanas, celebrábamos la reciente adquisición de Low (no "Slow", nada mas lejos de su carácter), abandonado por su dueño y recogido por mi caritativa hermana pequeña.
Y eso fue, un auténtico día de perros. De risas. De juegos y peleas de mentira.
Mi madre hacía viajes a la cocina, cuidando un guiso y, de vez en cuando, entraba en el cuarto del piano y tocaba "unos arpegios", la hermana A, en modo "ManosTijeras" y furor paisajístico, podaba una pertinaz enredadera que amenazaba con tirar un muro de la casa, la hermana B (yo) veía cómo sus expectativas de labor se reducían de manera alarmante, mientras escamoteaba ovillos a las rapidísimas fauces del nada lento Low y la hermana C, flamante nueva propietaria, intentaba, con escaso éxito, educar al cachorro, que me dejó una madeja de mohair bastante pegajosa e inservible, por cierto.
Se oía el ruido afeltrado de huesos al caer retozando en divertida lucha con el pobre Kongo y yo recordaba otros perros de casa, disfrutados desde pequeños, ellos y nosotros.

Bienvenido a casa, pequeño Low.
Tú y tu mirada limpia (que no humana) de todos los perros buenos.