Desde el primer momento no veo a Coronado.
Un escualo, de aspecto fiero y apabullante presencia lo ha ingerido sin dejar ni un hueso. Silueta soberbia, mirada penetrante, barba, bolsas y piel ajada, voz de vuelta de todo y un aplomo y un estar que pone los pelos de punta.
No, José Coronado no está. Santos Trinidad ocupa por completo la pantalla.
La escena inicial, y no quiero destripar nada, es magistral, rápida, inesperada, escueta y, sin embargo, de una preciosista frialdad en el detalle.
Y después, a la misma altura, tan solo la última escena, que vuelve a "subir" admiración y adrenalina a partes iguales. La película que hay en medio, se pierde en secuencias correctas aunque tibias, donde se nos mezclan, a partes iguales, cárteles, mochilas con dinero y terroristas y se cruzan trayectorias, justificaciones, venganzas y ajustes de cuentas de manera no demasiado clara.
Al final no sabemos si es bueno o es malo. Pero Santos, como Malamadre, es un personaje que recordaremos siempre en lo mas alto aunque quizá le vaya mejor en el infierno.
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