Quizá con el tiempo lo conseguiría.
Quizá como, con la cocina, toda esa alquimia de sabores,
texturas y especies aromáticas daría su fruto sabroso y alimenticio.
Quizá, si se esforzaba, si mezclaba con cuidado
atendiendo escrupulosamente la receta,
las cosas, a su alrededor, irían bien.
Los días transcurrirían en paz
y todos serían felices.
Pero olvidó el azar.
La punta de misterio que guarda cada receta.
Ese sabor que nace de la inspiración
o de la casualidad
o del gesto inconsciente que retiene
en la mano la sal,
en el fondo de la cazuela el chamuscado,
y añade una pizca del polvo de un bote que no tiene nombre
pero que huele maravillosamente...
Olvidó que no hay receta para, digamoslo así,
vivir nutritivamente.
O, a lo mejor tan solo,
el secreto estaba en
tener mucha, mucha hambre.
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