Sabes esos libros que los abres y están llenos de sol, de vida, de sensaciones como burbujas que te salpican al explotar. Un libro de latidos y fuego que ruge entre tus manos, ante la atónita mirada algo recelosa de lo que puede aparecer a continuación...
No atiendo la lectura "edificante" del náufrago que se apega a la vida y consigue con valor e ingenio sin límites sobrevivir en adversas circunstancias. De la historia, me quedo con la fantasía.
Toda esa fauna desatada, todo ese horizonte de mar, escenario de los días y las noches del improvisado marinero/náufrago que pelea contra olas, fieras, hambre, soles inclementes y tormentas sobrecogedoras.
Ese lenguaje floral, cuajado de brillos como joyas primitivas. El sutil raciocinio de una mente despierta a la auténtica belleza, pese a la aparente crueldad del mundo animal que me invita a la Vida. La vida como aquella de Corfú y el pequeño Gerry (de "Mi familia y otros animales" de Gerald Durrel, adorado libro de los veranos) y sus incursiones, bastante mas pacíficas y domésticas, en busca de tesoros con forma de coleóptero, cangrejo, molusco o invertebrado que pasea bajo el sol.
Hay libros de verano, que saben a verano y huelen a sal. Este viaja bien en un cesto de playa, se lee sobre una hamaca, bajo el aroma sofocante de una higuera.
Rugidos de cigarra.
Tormentas de verano.
Y algún perrillo a los pies soñando que es un tigre.
La peli, ya la veré mas adelante.
De momento, dejadme paladear el sabor de las islas carnívoras...
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