Me vais a disculpar, una vez mas mi monográfica insistencia en el tema.
Pues en el master canino en el que andamos metidos desde hace un mes y medio, hemos llegado a la etapa de la correa larga.
Es este un momento estratégico, un punto de inflexión entre el andar "junto", cosa que mi perro no parece acabar de comprender del todo y la suelta definitiva esperando que vuelva. (Y ya siento ansiedad solo de pensarlo).
Y esto, como todo lo demás, tiene doble lectura: Saber soltar.
Soltar como lo contrario a retener, imponerse, pelear, revelarse, "engancharse". O sea respetar, aceptar, dejar ser lo que es.
La correa larga inicia un período de contar con el otro.
Tibet puede volverse loco tras un rastro. Aunque no de rancio abolengo, es un podenco. Puro, buscador, curioso, vital. Me lleva a iniciar con él un otoño tardío lleno de aromas y sensaciones en vena. Pisando juntos la hierba encharcada me permite compartir el instante en toda su dimensión, segundo a segundo.
La correa larga hace que, de vez en cuando, se acuerde de mi y me mire. Con esa sonrisa perruna de felicidad absoluta.
Yo estoy ahí, al otro lado de la correa.
Su continuidad. Su persona. Su anclaje.
En las relaciones perrunas "en ciudad" soy de las de: correa larga, vale; suelto, nunca jamás de los jamases...Iremos a parques de perros vallados,fincas de abuelos con muros...nunca me arriesgaré a una estampida por un susto o a un atropello. A mi no me compensa seguro,y creo que a Alma tampoco. Todo depende claro del perro y del dueño...
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