Siempre recordaría cómo vivió aquellos días,
aquellos meses, quizá años...
Siempre le daría una forma aislada al recuerdo:
momentos como playas fugaces en el tiempo.
Una tarea inabarcable,
una y otra vez construyendo
un precario castillo de arena.
Y, en cada regreso,
con la esperanzada sonrisa
con la perspectiva de un levísimo avance,
el castillo derruído,
a medias.
Pero roto como por la mano de un niño
o las inclementes olas que lamen la orilla.
Cien veces construyó el castillo
primorosamente unas,
con premura y desesperación otras.
Trató de rescatar
con las manos, la voz,
a costa del tiempo de su propia vida
porque entendió que la vida era eso.
También vivir es rescatar.
Pero el castillo volvía a caer
con la cruel inconsistencia de la arena.
Y ella tenía la sensación
de jamás poder alejarse de la playa...
porque si un día se descuidaba
no quedarían torres,
ni conchas ni piedras con que apuntalar.
Y las olas se habrían llevado incluso la arena
de aquella playa
al vientre del océano profundo.
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