Mucha gente alrededor. Voces como gotas de agua salpicando, leves, el zumbido de fondo.
Conversación banal. Tiempos perdidos. Grandes, pequeños proyectos en reducidos espacios. Negocios y perspectiva. El mundo (o parte de él) en marcha y yo en viaje hacia dentro.
En lugar de borrarme o esperar o dormitar, camino hacia el interior.
Hago listas, investigo rutinas, tomo decisiones. Me miro las manos. "Debería cuidarme mas".
Me alegra comprobar que vivo sacando partido de los intermedios, las sobras del tiempo, los espacios limítrofes. Como aquellos huecos entre edificios que filmó Coixet en Tokio.
Siempre me ha fascinado el provechoso diálogo que, por su cuenta, establece consigo misma mi mente.
Asisto, como espectadora y aguardo consignas, premisas, estrategias. En el regreso puede ser todo diferente o ligeramente distinto, porque yo seré otra. Igual, diferente.
Jugamos a ser otros, jugamos a movernos. Jugamos a los personajes. Al cabo regresamos, infinitesimalmente distintos, al punto de partida.
Aterrizamos. Salve, Milano.
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