Ella es un delfín, pienso mientras miro su cara joven...
Ella fue primero un pez cualquiera, un pez anónimo, un pez en una pecera de lágrimas.
Fue un pez que chocaba una y otra vez contra paredes de cristal, que solo sabía vivir dentro del agua de su tristeza.
Día a día, yo presenciaba los movimientos internos de su liberación, porque ella siempre quiso poder salir de aquél universo en espiral, de su tristeza, su incapacidad, su parálisis...
Y cómo chocaba y sangraba contra las paredes y cómo buscaba caminos evocando paisajes desconocidos.
Pero ayer ví el delfín liberado. Y la forma en que la luz espejeaba en su lomo húmedo y feliz.
Ahora es un delfín y no se cansa de hacer cabriolas y probar su dominio del agua que ya no son lágrimas.
Es un rostro joven, pero con esa mirada del que ha descendido a los infiernos y conoce los fantasmas que, por fin, ha dejado atrás en el fondo de una pecera de lágrimas, esa que ya no es su patria.
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