Como un castor, aparece a lo lejos.
El paso menudo y rápido, no sabría decir si avanza hacia adelante o hacia arriba, si camina o salta...
Aveces me da la sensación de que habría que atarla de una pata, para retener ese transcurrir tan ligero, tan dispuesto a la acción... siempre que se trate de salvar a otros.
Desde que la conozco, construye casas, refugios, restablece diques y presas ante las crecidas, desde que la conozco dedica la mayor parte de su tiempo a inventar defensas para aquellos a los que quiere.
Y, sin embargo, en ocasiones, ella me parece aún perdida, y se convierte en hámster en su rueda, otro bucle, otra autoinfligida simetría del castigo, una vez más, la amarga culpa.
Pero siempre me sorprende esa capacidad de ánimo, de reconstrucción, de vuelo.
Es fuerte, sólida, fiable, como un castor, eficaz y paciente.
Cada vez que la veo, me construye una casa y yo se lo permito porque sé que lo que, en realidad, compartimos es el río que nos lleva.
Ese río que, mas que amenazarnos, nos hace crecer, aunque ella casi no se dé cuenta.
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