
Cada tiempo lleva implícito el cambio, toda tendencia, la subversión agazapada en su interior.
Cada cambio de temporada sugiere una nueva etapa, una posibilidad, la oportunidad de estrenar un tiempo nuevo, una nueva forma de hacer.
Quienes me conocen y hablan mi lenguaje (aprendido no sin cierta dificultad), saben de mis anticipaciones. Cada año, una de ellas sucede al principio del verano.
Todos tenemos ese día de empezar. Ese día de "a partir de hoy...". Pero ese momento viene precedido de una cierta sensación en el estómago, una inminencia, una especie de fiebre, un acorde en séptima que presagia otro mas potente. A esos momentos yo les llamo de fiebre, y esa sensación de vértigo y tránsito solamente puedo aliviarla dándole forma de rituales.
No hace falta decir que se trata de rituales privados. gozos íntimos, gestos especiales para mí. Lamentablemente intransferible, porque la sensación de bienestar que producen me gustaría compartirla como quien recomienda una medicina. Contra la inercia, la rutina, la pasividad, el automatismo.
Quienes me conocen y manejan mis rutas, entienden, espero, de qué estoy hablando.
Quienes no me conocen tanto, seguramente comparten la sensación de abrir un nuevo cuaderno, desplegar el embalaje exquisito de una nueva crema (flor de loto, aromas de belleza prometida), pero son rituales de anticipación, como empezar a tejer un jersey de mohair en agosto..., por eso son mágicos, por incongruentes, paradójicos, individuales.
Así pues, el comienzo del verano, aguardando aún en su caja brillante las vacaciones, es un tiempo de tránsito, de anticipación, se llama flashforward?
Aliñando con la música adecuada, la sensación es extraordinaria, pero es como esas manchas grabadas por deslumbramiento de sol en nuestra retina, cuando intentas mirarlas de frente, se escapan o como los sueños que quieres retener, esquivos, huidizos, de ellos, la sensación es lo único que puedes llegar a poseer.
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