El Lugar de la Calma II



Escuchamos los siglos pasados, hablando en voz baja entre arcadas y piedras, y en los oscuros interiores, vimos ángeles de madera policromada, marchitos en silenciosa espera, símbolos del paso del tiempo.

Sentimos el viento en la cara tan limpio que parecía mentira.

Los colores del campo se ofrecieron, tan nítidos que hubo que bajar contraste y no hizo falta saturación.

Los pueblos se desperezaban a nuestro paso, como camaleones color tierra, con piel de adobe.

Vimos bandadas de pájaros que, al llegar nosotros, alzaban el vuelo, molestos por una vez durante muchos días. Contemplamos el paseo de los buitres, a cámara lenta, en círculos altos, los cuervos brillantes, y a las cigüeñas encaramadas en sus imposibles arquitecturas.

Una vez más me pregunto qué será de los lugares y sus habitantes, los itinerarios de nuestro ir y venir cuando ya la oleada multicolor de los intrusos los abandona…

Qué ocurre allí un martes de noviembre, un jueves de marzo, en su distancia de lugar de escapada, de escenario de nuestro ocio apresurado, perdidos y secretos en su abandono,

2 comentarios:

  1. Quizás lo que pasa en esos sitios, cuando los dejamos, es que las piedras siguen OLIENDO a piedras. Quién se acuerda a lo que huele una piedra? Y del ruido que hace cuando reposa en el suelo, a solas, quieta? ... un Martes de Noviembre...

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  2. Efectivamente: Las piedras huelen.
    Muchas veces he partido una pequeña piedra para respirar su fuerte aroma a mineral, mitad fuego, mitad tierra.
    Un olor antiguo y remoto.
    Hace mucho que no huelo una piedra.

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