El Barrio del Carmen en pasado…
Hace mucho tiempo, quizá veintitantos años, queda lejos, sobre todo la edad ( que no la mirada ), pero lo que sí recuerdo es que era mi paisaje diurno, era el camino hacia mi escuela de arte, y también el lugar de las escapadas, una especie de itinerario obligado por muchos sitios que ya no están.
Frente al antiguo edificio de San Carlos, la escuela de Bellas Artes que ya no es, un tugurio al que se accedía por unos escalones, allí empezábamos la tarde, delante de una copa de ponche.
Iniciábamos el viaje de la inspiración, antes de enfrentarnos a los carboncillos y el papel en blanco, montados a horcajadas en nuestros bancos de madera, como sobre caballos quietos.
Allí también se trazaban planes para futuras trayectorias y nos dábamos a conocer, a medias, entre amigos que ya no sé quienes son, incluso algunos que ya no están, de allí salía yo con la cabeza llena de sueños que, por supuesto no se han cumplido. Menos mal.
Al lado, mi templo soñado, la papelería de arte donde compraba todas mis herramientas de trabajo … todavía me asalta el olor, aquello olía a coherencia ( querer ser y estar en lo mismo, no se si me explico )
También esquinas que me deparaban un puro placer estético, localizaciones para mis proyectadas historias:
El Hospital de Muñecas, en la esquina del San Jaime, ( acusadores y perfectos ojos azules incrustados en caras de porcelana, brazos y piernas para recomponer, pelucas en mates tirabuzones… )
La tienda de las tierras de colores, en la calle Correjería: goma arábiga, piedra pómez, pan de oro, múltiples ocres, mirándome , polícromos tras el cristal…
El decadente restaurante chino que se caía a pedazos y del que éramos, casi seguro, su único cliente y que en su miseria sugería escenas en blanco y negro de película de la nouvelle vague…
Admiraba los desconchados, amante siempre del gesto del tiempo en las cosas, y asistí, maravillada, al florecer chillón e iconoclasta de los primeros graffittis, compartiendo aún espacio con las pintadas anarquistas contra los coletazos del antiguo régimen…
Aquellos eran mis iconos de glamour, porque yo era casi gótica y leía a Cortázar y Baudelaire. Vestía de estricto negro y me creía una artista maldita.
Siguen las esquinas, han aguantado durante siglos, el paso de pasos apresurados o remolones, aún están ahí, aún veo lo que veía y se superpone como en transparencia lo que veo. Y lo que veo es una calle / casa , que te acoge en función del clima o el temperamento con el que llegues, si quieres, te pasea, si miras, se embellece, si escuchas, los pasos resuenan, si te cansas, te ofrece una copa de vino…
Curioso lo que mencionas del olor. Mis recuerdos más vivos, están asociados a un olor. Recuerdo (con siete años) el olor de la portería de casa de mi abuela. Un olor rancio, húmedo, agrio. Y no me acuerdo de la cara de la portera!!! Curioso. Pero el olor lo recuerdo perfectamente.
ResponderEliminarTambién recuerdo el olor de la papelería donde compraba las libretas y los bolis. Olor a nuevo, a limpio, a hoja en blanco. Me llega hasta el fondo de la nariz...
Y el olor de los libros nuevos!!!! Perfectos. Inmaculados. Por estrenar. Llenos de misterio, pidiendo a gritos ser ojeados (desde el final, por supuesto).
Y el olor la bodega de la calle Maldonado, donde servían vino de inmensos toneles, y aceite, y leche. Lo tengo absoluta y completamente presente. En mi nariz.