Gata. Un final feliz.

Para muchos, un gato no es nada. Aún menos una cría de gato.
En el camino adyacente a la fábrica, Z encontró un pequeño animal muy quieto.
Y, creyéndolo muerto, lo lanzó sobre la valla.

Durante varios días, había estado rondando por allí.
Incluso alguno de los operarios le había dejado comida sobrante del almuerzo.

Afortunadamente, X, un compañero bastante serio que habla casi siempre de cine,
se acercó al pobre bultito negro hecho una bola bajo la lluvia
y vió que, de una forma casi imperceptible,
respiraba.

Con ayuda de un cartón, lo atrajo hacia sí
y lo llevó a su lugar de trabajo.
La primera vez que la ví,
Gata reposaba su miserable cuerpecito cochambroso
en una caja de zapatos.
Creíamos que se iba a morir.


Entonces la envolvimos con un retal de pelo y X decidió llevarla al veterinario.
W se ofreció a acompañarlo. Todo fue muy rápido.
La veterinaria tomó la temperatura a Gata.
Le limpió las orejas y el cuerpo de parásitos. Le inyectó suero. Varias veces.


 Al poco rato, Gata volvía, algo más animada, al estudio.
Todos los del equipo pasábamos a verla de vez en cuando.
Tocándole suavemente la cabeza hasta que la gatita, 
un tanto molesta por tanta interrupción ,
se enroscó sobre sí misma
dándonos a entender que ahora lo que quería era dormir.
Calentita y alimentada por primera vez en muchos días.

Mientras tanto, 
X decidió llevarse a Gata a su casa.


Esta ha sido la primera noche de Gata en su nuevo hogar.
Ha salido a explorar y 
ha desayunado un poco de pienso.
Quizá sea consciente de su suerte, quizá no.
Lo que yo si sé es que hay gente buena
que no se queda quieta.
Que acoge, que rescata, que alimenta, que cuida.
Y por eso hay Tibets,  Almas, Lows, Lupitas, y tantos otros
que devuelven tanto por tan poco, que mantienen 
la posibilidad de los finales felices.

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