De Roma, árboles. De Florencia, nubes.




Voy a Roma y veo metros, trenes, tráfico y gente, gente.
Apenas cúpulas, apenas piedras.
Luces que surcan la noche en constante vértigo.
La ciudad escondida entre sus propios edificios.


 Voy a Roma sin estar.
Solo cuando miro hacia arriba.
De Roma, las copas de los árboles.


Voy a Florencia y miro el cielo.
Me sorprende el asomarse de nubes blanquísimas.
Tras el horizonte como un escenario.


Habitantes fortuitos en un bello teatro íntimo.


Estoy y, sin embargo, no me siento aquí.
Tan solo cuando la vista se engancha en el reflejo 
de unas casas sobre el Río.


De Florencia me traigo las nubes.
Y el horizonte reflejado.

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