Visión periférica

Rica es, en palabras, la tristeza.
Demasiado bien nos contamos, 
desgranando las cuentas de un collar amargo
todos los sinsabores, todo lo que va mal.
Hablando a nuestro oído,
diciéndonos, en la voz baja de los secretos,
que lo merecemos;
que todo es por aquel error que un día 
cometimos.
Qué implacable foco, qué ignorancia voluntaria
de todo lo demás.

Sin embargo, para la alegría,
para esas "pequeñas gracias" que el día nos otorga,
no hay mirada, no hay atención,
no hay, por tanto, palabras...

Cultivo, pues, mi visión periférica.
Para reconocer lo bello aunque simple
que brota a mis pies, en el aire, arriba en las nubes
y a mi alrededor.
Entreno la atención para que no se me pase
la minúscula gota iridiscente en un tallo 
o el sonido del trote del perro tras la pelota
o la mano en otra mano que está ahí 
(aún sin palabras)
y decir gracias porque agradezco.

Cultivo mi visión periférica:
No ignorar nada,
no perder de vista 
este minuto
que me trae tantas cosas.

Minúsculas, inapreciables 
y definitivas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario