Conversaciones como ríos


Hay conversaciones que son como piscinas. Estancas y artificiales. Repetitivas.
Vas y vienes de uno a otro lado, a lo largo, a lo ancho, por arriba o por abajo. Siempre azul, siempre paredes, siempre cloro.
Alguien depura el agua, alguien pasa una red y captura mosquitos y agujas de pinos. No permite las algas en el fondo, la proliferación de vida minúscula y prohibida.
Entras y sales por la misma escalera, por los mismos escalones. La temperatura, el color, el sabor, nada cambia.

Y hay conversaciones que son como ríos. Entres o salgas por cualquier punto, el agua siempre es otra. La corriente discurre lenta o rápida, se remansa en lagos o se precipita en rápidos, brota de la tierra o desciende en imprevistos arroyos y torrentes. Admite libélulas, zapateros, carpas y ranas y acoge flores y hojas caídas y las mece, caprichosamente, como barcos sin rumbo. En el fondo hay líquenes y plantas acuáticas: la vida fermenta y transforma. Y la superficie refleja el mundo alrededor.

Yo prefiero estas últimas. Aún con sus accidentes, aún con sus diques que es necesario abrir para que el agua fluya.
No quiero conversaciones-piscina, donde cada uno tiene su rol, donde el tema se repite hasta la extenuación, donde nada evoluciona.

Quiero conversaciones río, que admiten la calma y el rápido, que no empiezan ni acaban, que fluyen y cambian como fluye y cambia la vida.

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