Algo hace del final de julio un tiempo extraño.
Seguimos trabajando como si nada ocurriera
y el calor se niega a entrar en el negocio.
El sol, ahí fuera, nos reclama
y el mar, desde lejos,
desata su voz de espuma disoluta.
Miss Rose ha cambiado su indumentaria
y me contempla, tropical y glamourosa,
mirando con cierto desprecio
mis manos que teclean y la lista de correos
que esperan respuesta.
Parece decir:
"Es momento de hacer otras cosas.
Acaso no tienes
-y remata con su francés bien educado-
quelque envie de fraîcheur?"
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