Esperando detonantes para la escritura
me pilla este mediodía
en que, ajustados mis pasos a los de un Tibet errático y buscador
me descubro errática y buscadora.
Como él, muevo la cabeza en todas direcciones
en busca de un rastro, quizá,
el olor de otro que pasó por aquí,
un roedor o un hermoso galgo.
Escucho el gruñido del carlino
atado y quieto junto a su amo,
siempre nos parecen, a Tibet y a mí,
perros que han tirado la toalla
muchas generaciones atrás.
Y así va y viene mi mente
de uno a otro asunto,
de un rastro a otro, sin rumbo,
cuando algo, en el extremo de la visión
me deslumbra.
Un resplandor púrpura
que siempre me sorprende por su intensidad
vibrante.
Es la explosión de la jacaranda
a mis pies y alrededor de mi cabeza
en el feo parque de la esquina.
El parque coronado,
durante unos días privilegiados,
durante unos días privilegiados,
con las flores malva
que gritan en medio
del mediodía en blanco y negro.
Qué bueno dejarse sorprender y maravillar por el azul de la jacaranda año tras año. Preciosa la imagen.
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