Cuando abres el paquete, sangra. Es como una matanza. Además están dulces y te da pereza, incluso, mezclarlas en la ensalada.
Pues hoy me he levantado creativa y he decidido hacer una crema. Hago acopio y elevo a categoría de ingrediente a unos cuantos desheredados que daban tumbos por la cocina.
Así pues, esto es lo que vamos a utilizar:
Lechuga, tomates, un poco de cebolla, un paquete de remolachas, aceite, sal y vinagre. (El aguacate al final no lo puse).
El operativo es sencillo. trocea y bate todos los ingredientes. Una vez los tienes bien triturados, pasamos por el chino.
Permitidme un apartado para hablar de ese bonito artilugio algo en desuso y que, para mí, es un héroe que desafía los tiempos. Incluso, al gigante termomix.
El chino, ese humilde héroe de la cocina. |
Mientras avanzas con el proceso, observas cómo tu cocina adquiere el aspecto de una batalla campal. Cuando enjuagas los utensilios en el fregadero, aquello está a medias entre una escabechina de barbies y el ectoplasma de Poltergeist.
Lo bueno es que, simplemente con agua, todo desaparece sin dejar rastro.
Pero debo decir que el proceso me ha tenido bastante interesada por sus connotaciones pictóricas y posibilidades artísticas.
Y he aquí la crema en todo su esplendor.
Hermoso color. Consistencia perfecta. Sabor refrescante.
(Añade bastante vinagre y sal. Son endemoniadamente dulces las remolachas).
Y ahora un bonito emplatado:
Cuenquito handmade comprado en París (en The Conran Shop, mi adorada) y mantel primaveral de una tela que me trajo una amiga de China. Todo con mucha historia.
Por encima, un poco de perejil y apio picados y un chorrito de aceite (del bueno).
Ya veis que no es una receta en regla pero no trato de engañar a nadie. Si lo dudas, mira la etiqueta:
"Comida bonita" y eso, desde luego, lo cumple.
Bon apetit.
Amor mío, ya sabes qué vas a comer hoy!
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