"Mr. Turner" Mike Leigh

 El artista no vive del arte. Es el arte quien vive de él.
Una vez alguien me dijo que el músico virtuoso no disfruta mientras interpreta, tal es su tensión. Yo pensaba que sí, que tocar la Patética, o cantar un Aleluya podía ser como acariciar el cielo pero no. Por lo visto, no. Ser artista conlleva perder la paz.
Esto es lo que percibo en el Turner de Timothy Spall, injustamente conocido por la mayoría como Peter Pettigrew "Colagusano" en Harry Potter.

Qué película extraña. Bella e incómoda por varias razones.
Toda la envoltura formal: Ambientación, iluminación, fotografía, localizaciones... dejan sin aliento. La elección de los actores, la caracterización de los personajes, dan un baño de realidad y atmósfera notables. Las criadas en segundo plano, los envarados lechuguinos, las conversaciones banales y enrevesadas,  que probablemente tuvieron lugar en el momento en que los pintores peleaban, como siempre, por hacerse un hueco.

Turner, dinamita la pintura "académica" escupiendo sobre sus lienzos y emborronando insolente las expectativas de la época. Llevado por su inquietud de artista, recorre acantilados buscando la luz, esa que apresa para depositarla, como un catalizador, en el lienzo y de ahí en una pared. Pintura expuesta como brecha al espacio. Abierto el muro a lo infinito.
Sus brumas, vapores, olas, navíos en la lejanía, vías de tren, horizontes y masas boscosas anuncian, con voz ronca, el impresionismo que llega a romperlo todo.

El hombre que trabaja, sufre y gruñe como una alimaña, no puede más que contener esa desdicha de transcriptor, esa pulsión por recoger en el aire los ecos de la luz y llevarla a las salas de los que puedan pagarlo. Busca el calor y no lo sabe, busca el reconocimiento y no lo reconoce.

Maravilla el color, verde y rosa, de la película. La recreación del mercado, carne expuesta y verduras, la tienda de pigmentos donde el artista se abastece, los rincones de las estancias, las esquinas de las calles, el puerto, la Academia...

Sobre todo, destaca la humanidad, la realidad del personaje que se siente amenazado por la llegada del daguerrotipo, cuando el mundo se interpretará en blanco y negro ("dios quiera que no llegue el color"). Una historia como escamas, aparentemente superficial, aparentemente inconexa, que lleva cosido el desasosiego en todos sus pliegues. El artista amenazado, sin paz, inmerso en la incertidumbre y esclavitud de su instinto.








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