Noche de Reyes (Relato basado en hechos "reales")


La pequeña de cinco años se acostó entre las sábanas húmedas de todos los inviernos allá en el pueblo del norte. Ni la bolsa de agua caliente que le preparaba su abuela podía con aquél frío que se te metía dentro del pijama como el aliento de un oso polar.

Apretó mucho los ojos con un único pensamiento en la cabeza: "Duérmete, duérmete pronto para que pase muy deprisa la noche". Era la Noche de Reyes.

Durante un rato se quedó bajo las mantas. Callada como un ratón. Encogida en su esquijama de felpa.
Quieta, muy quieta. Muy apretados los ojos.
Pero no se dormía.
La casa de la abuela hablaba. Hablaban las tablas del suelo y la parte de atrás de los aparadores. Rechinaban las tulipas en el techo y las manivelas de latón en las puertas del comedor.
Pero había algo más. De repente, se oyó un tintineo tras la ventana del dormitorio.
Casi sin querer, asomó los achinados ojos tras el embozo de hielo. Y entonces vió cómo la cortina se movía.

Ante su mirada atónita, y a través de la ventana que permanecía cerrada, una fantástica comitiva hizo su entrada como en una estela de purpurina que viajaba por el aire.
Pajes y camellos en una caravana magnífica comenzaron a desfilar hacia la puerta de la habitación.
Y ella permaneció inmovilizada, entrecerrando los ojos por el resplandor o por hacerse la dormida, presa del más puro pánico.
Los vió con sus propios ojos. Ya nadie podría decirle nunca que los Reyes no existían. Ella los había visto.

A la mañana siguiente, con todos los hermanos despiertos y en pijama y los padres y los abuelos todos en el salón, oh maravilla! Una carta se materializó en una esquina del techo, junto al retrato de la bisabuela y cayó justo en las manos de mamá que, una vez desdoblado el papel, leyó con voz solemne:
"Queridos niños, somos Sus Majestades de Oriente..."
Miró a sus hermanos que se habían quedado mudos y, por una vez, inmóviles. Y la carta seguía dando pistas de dónde buscar los ansiados regalos.

Aquellas horas fueron gloriosas, Nunca las olvidaría. Un tropel de pequeños pies corriendo de aquí para allá, subiendo y bajando las escaleras de los tres pisos del edificio. Cocinitas tras el sofá, muñecas en los armarios, pelotas de goma en la azotea, cuentos bajo los almohadones y una bicicleta (!) bajo la enorme cama de la abuela.

Sus hermanos, de asombro en asombro, no podían creer lo que veían. 
Ella se mantuvo tranquila, pues los Reyes, de verdad, habían pasado por delante de su cama.

Y si hoy me preguntaseis, os diría lo mismo. Los ví, podéis estar seguros.


1 comentario:

  1. Hace algún tiempo leí una frase en una pared, decía así: "La felicidad no se desea, se regala". Hay que ser maquiavélicamente tierno y gozar de una mente de muy altos vuelos para urdir una ilusión capaz de engañar a unos hijos tan listos. Hay pocas personas en este mundo capaces de "fabricar" felicidad para luego regalarla. Eres muy afortunada. Que los Reyes lleven a toda tu familia paz, salud, amor y un nuevo afán pada cada día de este año.

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