Genética de porcelana

 A menudo miro la porcelana china. Este mercader que llega a mi casa desde otra casa desconocida, perdida en un remoto lugar de mi historia. El hilo que me une a linajes fallecidos como una compleja cadena de adn enroscada en la memoria durmiente de los que se fueron.
 Cuando veo su exquisitez y, al tiempo, su deterioro, sus partes ausentes, sus rotos, sus cicatrices, pienso que es así mi genética, como la tuya seas quien seas que me estés leyendo. Nuestra genética rota y a la vez emanando sutiles matices de oro.
Pongo, pues, gran atención a su limpieza. No con mezquindad que contaminaría sus colores; no con miedo que ensombrecería las puras líneas del rostro de expresión plácida y hermética.
Cuido de ella con agradecimiento y agua simple. Y la veo a la luz y me admira su brillo.

Es así mi genética. Es así la vuestra. Brillo y cicatrices. Partes ausentes y filigranas únicas. Dolor y pureza.

6 comentarios:

  1. Hay un deseo posible: Que hablen nuestros brillos, no nuestras heridas.

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  2. Perdón por la intromisión, pero a veces no es tan sencillo, y los brillos brillan por su ausencia (perdón -otra vez- por este juego de palabrillas) y las heridas mandan con la ferocida de de los vikingos.

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