Y al fondo, las montañas


Tren. Maleta demasiado llena. Sombrero de lluvia. Tres grados de media. Cámara. Cables. Precinto. Atrezzo. Listas. Listas. Listas. Que no me falte nada. Reunión. Caos?. Reflexión. Análisis. Planteamiento. Opiniones y criterios. Vacío en el hotel. Distancia. Libro. Voces añoradas al teléfono. Colas. Avión. Frío gélido. Nariz congelada. Autobús. Gente y gente. Feria. Italiano. Pasta y ensalada de pomodoro, rúcola e granna. Una vez mas: "No me gusta el tiramisú". Compañeros de trabajo que son amigos. Compañeros de trabajo que no lo son. Conversaciones reveladoras. Miradas complementarias o distantes que abren nuevos ámbitos. Decisiones interiores. Gente y gente. Rusia, Quwait, Grecia,  Francia, Chipre, Japón, Great Britain, Lituania, compartiendo espacio a mi alrededor, sonriendo ante mis montañas y bosques de papel. Yo al margen, deseando volver. Regreso. Decepciones. Besos de los míos. Tibet pegado a mis piernas. Casa. Trabajo habitual. Intentos fallidos de integrar lo visto. Solo se ve lo que uno ve con sus propios ojos?. Ruido fuera. Ruido, mucho ruido dentro.
Pero al fondo, a mi lado, siempre las montañas.


Los Alpes en el recorrido del hotel a la feria. Siempre presentes en el límite del horizonte, bajo el cielo color gris milán.  Los Alpes con luz interior. Los Alpes majestuosos como colas de dinosaurio petrificadas en hielo. Como una línea de magníficas tortugas de concha de nácar.

Pienso continuamente en las montañas. En ser montaña. 
Pero, al menos por ahora, no me siento así.

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