Vanitas


Hoy he visto mi calavera en la consulta de mi dentista. 
Tomo prestada la imagen de la legendaria Nefertiti, mi radiografía queda en los archivos de la estomatóloga.

No sé si alguna vez habéis tenido ocasión de ver la vuestra. 
Hacedlo, es revelador, sorprendente, tierno y, en cierto modo, triste.
Una sensación de enorme fragilidad.

Esa poquita cosa me sustenta. Ese transparente armazón que parece no poder soportar ni su propio peso es mi esqueleto, el estuche de mi cerebro, la raíz de mis dientes, la base de mi lengua y mi conexión con el movimiento, la voz, la caricia y el camino.

Pero también es lo que quedará de mí. Esa fragilidad será mi permanencia. Huesos y dientes. Como una perfecta pieza de orfebrería primitiva.

Toda la vanidad,  rostro,  expresión, párpados y labios, venas, sangre, sonrisa, cabello y la delicada piel del envés del brazo... Todo eso no existe en la imagen de quien seré un día.

Cómo puedo convivir, de forma tan tranquila, con esa apabullante fragilidad?

Afortunadamente, mi delicada, pequeña y preciosa calavera, habita en el interior de mi rostro, como una privada fortaleza de marfil, recordándome la vanidad, la impermanencia, la definitiva pérdida. 
Pero también el regalo de cada minuto.

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