O Courel



Indigestión de verdes, clorofila en vena.

De una sola bocanada me lleno hasta el último capilar de todo el Silencio del Mundo.

Arboles viejos, perros viejos, hombres y mujeres viejos de ojos muy jóvenes.

Arboles como brujas detenidas en una vuelta sobre si mismas, intentando alzarse con sus largas faldas grises.

Arboles cuyo tronco que acumula los años por cientos deja ver su descarnada osamenta y crece a través de sus brazos que escapan del enorme cuerpo hueco habitado por arañas y animales pequeños.

Nudos y raíces, ramas bajas , no se sabe dónde empieza el árbol dónde termina el suelo o la roca, cubiertos todos de liquen, de insidiosa hiedra que cae o trepa y oculta al ojo humano su unión milenaria.

Bosque intacto, de tejos, de robles que mecen sus hojas de aterciopelado envés, de castaños que ofrecen al cielo y al viento sus frutas como pompones de suaves púas.

Algún enebro en ascendente forma de huso y, casi clandestino, el traidor brillo plateado de un par de eucaliptos. Bosque atávico donde apenas irrumpimos en los caminos de urogallos, buhos, tejones ciervos, lobos y jabalíes.

Carreteras en espiral, donde las señales ocultan, mas que muestran el camino. Nos lleva a preguntarnos si esta gente desea ser visitada. Tal parece que hayamos de pasar una prueba de tozudez y perseverancia y hacer como que no oímos cuando te dicen que está cerca algo que tardas en alcanzar mucho, mucho tiempo. Muchas curvas, mucho páramo, mucho subir y bajar, pero también sorprendente y fresquísima sombra y la compañía constante de aguas en formas múltiples: Arroyos, pequeñas cascadas, fuentes…

Los pueblos se agazapan entre montañas, tras los bosques de árboles como guardianes de hombres. Los tejados de pizarra ocultan la vida secreta que apenas hace ruido, sin gente, sin bares, sin tiendas…, alguna señal de vida en los bancos abandonados de la fiesta, los cultivos desperdigados y a medias mantenidos, los cercados de piedras acumuladas en forma de monolito o hileras como de dientes centenarios, los haces de leña y troncos arrimados junto a la carretera.

Oímos las vacas, sonando los cencerros, en ecos apagados como las campanas de lejanas iglesias de pueblo.


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