La cesta de Antonio y el huso de Adriana

Pueden hacerse cestos de madera. De madera de roble: "rebolo".
Antonio busca brotes jóvenes en la ladera junto al río, los junta en haces y, una vez en casa, los convierte en láminas regulares y los calienta al fuego para doblegarlos en la forma que desea.
Después los trenza y hace bellezas como esta.

Adriana sabe que sus ovejas le ayudan a completar un ciclo ancestral de supervivencia sin los otros, sin Lo Otro.
Los de ciudad, creemos tontamente que estamos tan conectados, cuando nuestras conexiones son tan solo virtuales y dependen de cables y megas de potencia...
Ella, en su pueblo trepado en un monte que nos parece inhóspito, está conectada con la vida, con el ritmo natural de las cosas.
Las bestias, en el piso inferior de la casa dan calor en invierno.
Las ovejas, esquiladas, aportan su lana blanca y algodonosa y ella, en el hábil baile de su huso, consigue darle forma de hilo y lo teje en mullida alfombra.
Es adorable cómo los que aman lo que hacen revelan los secretos de su arte. Muestran las eficaces herramientas que son prolongación de sus manos. Cinceles, husos, tijeras, ganchillos...
Son todas viejas y tienen el hueco amable de la mano sabia.
Tal vez, el próximo año, venga a conocer de su mano los secretos de Adriana y Antonio.

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