La clase de ganchillo


Ella no sabe qué es "crochet", ni amigurumi, ni sospecha la cantidad de "fauna tejedora" que se mueve hoy por el ciberespacio.
Ella no sabría interpretar las enrevesadas instrucciones de chales en inglés, o el sistema para calcular cuántos ovillos necesitas según el peso y el grosor de la lana y todas esas cosas...

Sin embargo, las manos de Paquita vuelan como las alas de un colibrí y apenas te das cuenta de cómo, por arte de magia, vertiginosa e impecablemente, la labor crece veloz y pareja, con la sabia perfección de lo hecho mil, un millón de veces.

De pronto el banco de su porche, donde siempre sopla la brisa, se llena de labores y pequeñas obras maestras, sacadas de bolsas de plástico, como si para ella no tuvieran valor.
Ella, pacientemente, con la superioridad inconsciente del que da por hecho su enorme conocimiento, me explica y yo me siento tan torpe...
Miro cada chal codiciosa, queriendo retener todos los diseños, queriendo ser Neo en Matrix, cuando, por un orificio, en su nuca, introducen conocimientos a la velocidad del rayo.
Quiero saber, con urgencia, cómo se teje esa flor, hoja, cenefa, remate, onda...

Y vuelvo a equivocarme.
No es así.
Así no es como ha de hacerse.

Es mas bien como fue.
Una tarde que se desliza hacia el crepúsculo. Una larga tarde de verano. Unos pocos trucos, unas pocas muestras. Con paciencia, con calma, asentando conocimientos.
Slowly.
Doucement.
Como se aprende todo lo bueno, todo lo que deja huella.

El mejor consejo:
"Ya sabes cómo se hace. Ahora vete a casa y hazlo de nuevo. Hazlo tuyo. Entonces lo habrás aprendido".

Gracias Paquita.
Espero que esta no sea nuestra única clase.


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