De este mes nómada y extraño que termina recordaré pocas cosas.
Algunas caras, imágenes fijas de aeropuertos de suelo brillante, otros mares distintos, otros acentos..., todo ello bastante borroso, suprimido u oculto tras esas aleatorias limpiezas que hace mi mente de forma mas o menos consciente...
Pero algo si recordaré. Por lo menos la sensación que este libro me produjo:
La certeza de seguir en mí estando tan lejos, de mantenerme presente, a mi lado.
Como un cordón umblilical, este relato larguísimo, cuajado de magia, me retuvo durante el tiempo que duró su lectura.
Cada vez que abría su generoso cofre del tesoro, obtenía cuentos, historias, caminos que me llevaban a la infancia y a la adolescencia, cuando la fantasía era el único escape posible.
A mí siempre me han gustado los cuentos, pero a menudo me han parecido demasiado cortos, por eso casi nunca (por no decir nunca) compro recopilatorios, libros de relatos, etc.
Me gustan las historias largas, densas, las sagas de reyes y princesas, los encantamientos y conjuros, las guerras y los reinos lejanos , pero es que, además, saboreo los ambientes bien descritos, la acción y la contemplación en su justa medida, y un grueso volumen, un ancho perfil, adaptada la mano a la historia de muchas historias.
Un reino maldito, reyes dominadores, infancias agostadas por la ambición de poder, guerras crueles, ondinas, trasgos y pócimas que consiguen lo aparentemente imposible. Donde otro ve metáfora, yo veo realidades, donde otro ve cuentos yo veo espacios donde me movería de la manera mas natural. De hecho, si un día me encontrara a Once, el hermano de la Princesa Cisne, ocultando su brazo-ala, bajo su capa de brocado, seguramente, me sentaría a escucharle con la cara apoyada entre las manos, esperando su versión de los hechos, para creérmela a pies juntillas.
Como decía Paul Éluard: "Hay otros mundos..., pero están en éste"
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