
Hay, al principio de un viaje, una angustia solapada de dejar el nido, la cueva tibia.
Los tuyos quedan atrás.
Por eso lleno el trayecto de objetos cercanos, cosas que hacer.
Luego ya, una vez el día amanece y me adentro en el exterior del mundo y el sol o la escarcha me saludan, las periferias que se desperezan y extienden, los árboles nuevos, las colinas de musgo, ya la sensación es otra, empieza lo nuevo, lo inesperado, lo que te hace ser otro o ser tú mismo en un paisaje diferente.
Siempre encuentro algún tesoro en Barcelona, frecuento las calles, las mismas, o parecidas, como el experto buscador de setas acude al mismo claro del bosque, al mismo tronco en la umbría... y siempre hay lugares desaparecidos, pero también otros nuevos.
Eso crea una la cierta aventura, la sensación de expectativa.
En qué época, a qué hora, quién hay dentro, quién pasea, con quién voy, cómo es el tiempo, qué me traeré al final...
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