"El club de la buena estrella" de Amy Tan


Que me fascina lo oriental, creo que lo voy dejando claro. Y esta fascinación no es genuina, no sino que se fundamenta en lo que mis ojos ven allí.
Es una querencia romántica, dieciochesca, que añora el exotismo; nostálgica de otros aires que me parecen mas propios. Quizá una señal es esa mirada achinada y horizontal que, desde que tengo uso de razón, hace que no parezca de mi familia.

Oriental es Haruki Murakami, pero él es japonés, eso es otra cosa.
De Japón me quedo con el wabi, la caligrafía, la aparente austeridad y el peso de los signos. De Japón me quedo con el espíritu samurai. Pero ya hablaré de Murakami y sus segundos suspendidos en el tiempo como pájaros eternos.
China es el adorno en la intimidad. Es femenina y gusta de los detalles. China es de oro, roja y cruel con sus hijas. Pero a ellas no parece importarles.

En este libro puedo leer historias de madres e hijas. Contadas con mirada corta, desde muy cerca, pero con la frialdad que arroja un espíritu domesticado en la adversidad y la aceptación del miserable papel de una hija hembra en la historia.
Y sin embargo, a pesar de ser cruel, es bello, como aquél "Abanico de seda", donde dos amigas de la niñez escribían sus pensamientos con el fín de mantener cercanas sus vidas paralelas y separadas a la fuerza...

Paladeo el lenguaje preciosista y las figuras tan fuera de nuestras habituales metáforas y simbologías: "Mi tía tenía una lengua como tijeras voraces que comen tejido de seda".
Es mágico. Es poético. Es oriental.

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