
Aquél día, las mujeres hicieron la colada de todo el poblado. Una vez limpias, extendieron las telas multicolores sobre las grandes piedras junto al río y, como hacían siempre, se pusieron a contar historias mientras esperaban que el calor del sol hiciera su trabajo.
Inesperadamente, el siroco despertó tras las dunas y, cargado de furia y arena, arrastró en remolino todas aquellas prendas, así como las faldas y turbantes de las alborotadas mujeres.
Cuando al llegar a sus casas, vieron qué había hecho el viento, no pudieron contener la risa al contemplar al jefe de la tribu graciosamente tocado con la falda de una de sus esposas, al más pequeño del poblado con la túnica del abuelo y a la joven y bella Karu luchando a manotazos por asomar la cabeza tras un enorme pareo.

No hay comentarios:
Publicar un comentario