… en ocasiones, veo muertos.

Ahí están, ofuscados, infiltrados entre nosotros.

Puedes reconocerlos porque no miran directamente a los ojos y, si es que lo hacen, su mirada es opaca, vuelta hacia dentro.

Contaminan nuestra energía, adictos a la permanente alarma, se protegen de imaginarias amenazas y, como los zombies, preferirían que todos fueran de su especie para no sentirse distintos.

Trapichean, propagan rumores, manipulan la realidad, levantan muros, rompen la cadena, vampirizan las ideas, expertos en atascos, tapones y techos de cristal.

Anulan la transparencia y la convierten en niebla, su elemento natural.

Lo malo es que no están ahí para pedirnos nada.

Nada puede hacerse por ellos.

Porque se consideran imprescindibles.

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