Lleno, vacío

Salieron, al fin, las cajas con el cargamento para la instalación.

Una caravana de las especias, un mercado itinerante de objetos variopintos y preciosos.

Cruzo los dedos, pensando en todo lo que podría romperse, mientras el transportista mueve los bultos ignorando mis preciosas flechas de gouache color fucsia que miran al cielo.

De repente, la casa se queda vacía.

Yo misma me he quedado vacía. 

Momento de ponerme enferma. Un clásico: Infección de vías respiratorias, oído afectado, tímpano perforado. 

Todos los proyectos de envergadura, a cuyo lomo me subo, acaban tirándome al suelo. Mi cuerpo dice "basta". Basta de intensidad, de falta de sueño, de incertidumbre, de esfuerzo sin control... Reclama mi atención con un ejército de bacterias en formación que han ocupado mi garganta con un insidioso alien.

Es como una depresión post-parto.
La criatura ya no está dentro de tí.
Con las manos sobre el vientre la miras. Extraña, ajena, otra ya sin tu contacto.

Aún queda la instalación. El evento en sí. Pero mi cuerpo sabio es consciente de que el proceso de ideación ha terminado y se relaja. Tira la toalla y enferma.
El antibiótico me vendrá justo para recuperarme a medias antes del viaje.
Y una vez todo haya concluído, me replegaré en el sofá, pálida y sin fuerzas, hasta que un nuevo animal volador y bello venga a tentarme con subir a su lomo.