Marañas


Alguien, con quien hablo a menudo, me dijo hace poco que para él los conflictos son como marañas.

Me gustó la palabra porque, al instante, dibujó una imagen en mi cerebro.
Y como todas las buenas metáforas absorbió partículas en el aire, ideas sueltas, pensamientos huérfanos y configuró un todo relativo, no solo a los conflictos sino, mas bien, a las situaciones.
Es decir, surgió la idea: "Situaciones maraña".

No sé si la acústica de la palabra (que rima con migraña, araña-del verbo arañar- , patraña, todas ellas de nefastos ecos) o la imagen de un ovillo enmarañado que plantea retos a prueba de la mas vasta de las paciencias o que, realmente, la metáfora tiene mucho que decir, el caso es que me hizo pensar. 

Me hizo pensar en esos tiempos espesos en los que das vueltas a una masa informe de inquietud, tironeando desde uno y otro lado, sin encontrar el principio, sin deshacer ningún nudo, al contrario, con la sensación de que cuanto más lo intentas, mas se cierra el lío, mas intrincado es el barullo, mas enganchado te sientes...

Y me gusta pensar que, si te apartas y respiras un poco tranquilo, si te centras en empezar por el principio y te concedes algo de tiempo, encuentras un cabo entre los nudos y, poco a poco, con infinita paciencia, vas tirando y el hilo se va desliando y aparece limpio, solitario y dócil.

Sin embargo esa persona, a la que aludía al principio, acuñador del término del que hablamos, está convencida de que todo es mecánica. De que con la fuerza justa y la presión adecuadamente mantenida, las marañas ceden, los conflictos se deslíen en un sereno mar. Ahí se equivoca, me temo. No todo es física, no todo es medible o de unívoco resultado.

Convivir con marañas, esa es la idea. Navegar entre ellas sin dejar que nos inquieten sus tentáculos enroscados sobre sí mismos. Encontrar la distancia justa para seguir intentando encontrar el cabo que nos libera.

¿Lo entendéis?
No lo sé,  estoy en medio de una maraña.





6 comentarios:

  1. [...]
    Gordio era un labrador de Frigia (actual Anatolia, en Turquía) que tenía por toda riqueza su carreta y sus bueyes. Cuando los frigios decidieron que necesitaban un rey consultaron al oráculo y éste les respondió que se escogieran al primer hombre que vieran subido en un carro. Aquel hombre fue Gordio. Proclamado rey de Frigia, fundó la ciudad que lleva su nombre y, en señal de agradecimiento, ofreció al templo de Zeus su carro y ató la lanza y el yugo con un nudo cuyos cabos se escondían en el interior, tan complicado según cuenta la leyenda que nadie lo podía soltar. Cuando Alejandro Magno se apoderó de Frigia, supo que una antigua tradición prometía el imperio universal al que desatara aquel nudo. La leyenda popular cuenta que cortó el nudo con su espada.
    [...]

    Desde entonces las marañas han perdido mucho prestigio como elementos de estudio. De hecho, la sociedad actual no suele dejar mucho tiempo para desenmarañar cosas con sutileza y parsimonia. No obstante, resolver los enredos "cortando por lo sano" conlleva ciertos inconvenientes. El principal de ellos es no se puede volver a usar los cabos.

    Es curioso y ciertamente "serendípico," como artículos de tu blog coinciden en tiempo y materia con circunstancias que me rodean. Mañana, sin ir más lejos, DEBO desarbolar una maraña que me causa algo más que desazón. Uno de esos enredos que en lugar de hilo de alpaca o mohair pareciera haberse tejido con alambre de concertina. Las peores marañas, son las que trama uno mismo.

    ResponderEliminar
  2. Claro, cuando hay tanto nivel por ambas partes, te cortas en contestar, pero tanto en un caso como en el otro, para mi está claro.
    Yo he optado por separme y respirar , luego ya veremos. El tema es que no te afecte, pq si es así, la maraña se vuelve como la palabra indica.

    ResponderEliminar
  3. Gracias a ambos por vuestros comentarios igualmente pertinentes, igualmente unicos.

    Lupo, ánimo con tu maraña. Que la fuerza te acompañe.

    Y bienvenida a estas páginas, hermana.

    ResponderEliminar
  4. A mí las marañas no me gustan, me irritan, me sacan de mis cabales. Tiendo a estirar de todos lados aun sabiendo que esa no es la mejor manera de desenmarañar. Las mordería, de no ser porque eso ya lo hizo un conocido mío y no fue bien: se le encajaron los hilos entre los dientes y no hubo forma humana de desatascarlos. Su boca, subida a Instagram, era todo un poema. En ocasiones, ante una maraña, respiro hondo, me la miro como si estuviera ante el manuscrito Voynich, y, muy despacito, intento deshacer ese enjambre que pareciera tener vida propia, hasta que pierdo la paciencia y, como una criatura pequeña, la lanzo al suelo y la miro con ira porque, una vez más, me ha vuelto a ganar. Y es que ese cable de los malditos auriculares es un invento demoníaco, puñetas.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Una vez mas, estimado anónimo, pones el ojo y la palabra en un nuevo matiz imprevisto. Mencionas esas marañas insidiosas, pequeñas y diabólicas que nos hacen la vida imposible. Y es que es así. Son ellas las que nutren nuestros días de miserias infinitesimales, esas que constituyen, dicen, el contrapunto que hace ameno nuestro paso por el mundo.
      Son marañas que no vale la pena desmontar. Antes bien, mejor andar con ojo para que no se te enreden los pies en el cable del ipod.

      Eliminar
  5. Las marañas sólo son un reto, un obstáculo que se puede salvar…o sortear. Cierto que puedes convivir con ellas, que con paciencia y tirando suavemente del cabo pueden deshacerse. O no.
    También es opción cortar el nudo, desestimar la maraña y recomponer al volver a atar el hilo sano. Tirar la maraña a la papelera, continúar tu labor a la que sólo le queda un hijito suelto por el revés, nada. Una pequeña cicatriz, un recordatorio, una muesca, nada que impida que como Aracne sigas tejiendo eso que tan bien sabes hacer: pensar y crear de mil maneras.
    Feliz, feliz, feliz Navidad.
    Pi

    ResponderEliminar