"La fórmula preferida del profesor" Yoko Ogawa


Me llegó recomendadísimo. Quizá fuera ese el error.
A la vuelta de las diez primeras páginas, ya me había decepcionado.

Decepción: Situación que suele derivar de expectativas desmedidas. 
Así pues, mejor no tener expectativas. 
Así pues, ojo con las recomendaciones.

Me gustan las historias mínimas. Me gusta esa literatura japonesa de la mirada cercana, diseccionadora del instante, preciosista a la vez que aséptica. Esas historias donde el tiempo parece detenido en minucias y rutinas domésticas aparentemente nada importantes. Una cierta falta de ritmo, una superficial ausencia de acción y, al mismo tiempo, enredándose como una planta trepadora en tu percepción, un clima ritual de lo cotidiano, un ensalzamiento de lo sencillo que me parece hondo y me emociona.

Este relato parte de una situación aparentemente habitual. Una asistenta y su hijo de diez años que conocen a un profesor de matemáticas con memoria limitada. Una relación complicada y al mismo tiempo simple que se va entretejiendo gracias a la delicadeza de la mujer, a la colaboración del niño y al amor por la enseñanza (sobre todo en lo que respecta a los números) del profesor.
Hasta ahí perfecto.
Sin embargo hay otros dos personajes no humanos que acaparan la atención desde las primeras páginas: Los números y el béisbol.
Qué ocurre cuando, en una historia mínima, dos elementos aparecen magnificados? Que el resto desaparece.
Si, muy bellos los números primos, muy curioso lo de los números amigos, muy protectora la raíz cuadrada (?) y, por otro lado, muy interesantes los Tigers y el recuento pormenorizado de sus jugadores, cada uno con sus saques, lanzamientos y demás cosas que hagan los jugadores de béisbol...
Entre ambos consiguen que el resto parezca relatado con sordina. Se alzan en su desproporcionado uso de párrafos alusivos, amenazando, sofocando a los demás elementos que van quedando en segundo, en último plano.

Pero además, ¿Cómo puede alguien profano en la materia divagar sobre el teorema de Fermat, enunciar sin alterarse logaritmos con incógnitas, codearse con la Fórmula de Euler?
Puestos a fantasear, creo que prefiero los gatos que hablan de Murakami.


Postdata: Desde hace tiempo me he auto-diagnosticado discalculia. No recuerdo cifras, fechas, edad, etc. desde el instante mismo en que me los dicen, no poseo habilidad de cálculo y ni siquiera lo intento.
Para mí los números forman un hermético mandala abstracto del que no deseo saber gran cosa.
Esa puede ser la otra razón de que me haya quedado tan vacía. Bien que lo siento.




1 comentario:

  1. Ohhhh...conozco esa sensación, you now.
    A estas alturas y como bien dices, es mejor no crearse expectativas. Para mi sorpresa, yo estoy disfrutando con tu recomendado
    T. Stivet! Quizás es que te dejó el nivel muy alto. Y si no, siempre nos queda Dickens en "Great Expectations"
    Beso

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