Árbol malva, árbol rojo, árbol blanco... Un paseo mindful.


Salgo a la calle sin pensar. 
Ignoro las mil tareas, urgentes o no, que mi pereza intenta mostrarme como inaplazables.

El día me estalla en la cara.
Si, estalla su luz, la frescura del aire, el sonido plural de la mañana que comienza.
Me dirijo al viejo cauce del río. Quiero escapar de la ciudad.

En poco tiempo me hallo rodeada de luces y sombras. Los árboles cubren, a medias, el azul limpísimo y el sol brilla en todos esos destellos que flotan: Milanos, flores, hojas cayendo en vaiven, cabellos a contraluz y sonrisas de perros que corren.

Entro en mi misma. En el momento que vivo. Profundo y lejos. En esa paradoja de la atención plena dedicada al momento presente.
Respiro. Soy consciente de que respiro.

Llego al final del tramo urbanizado. Un estanque artificial rodeado de senderos de traviesas de tren.
La madera devuelve a mis pasos una respuesta sonora de ecos mate. El agua es un espejo de calma donde los patos acicalan minuciosamente sus plumas verdes y marrones. La hierba extiende una caricia húmeda a mis pies. Escucho la recortadora de césped.
Y es un sonido que huele bien.

Miro el reloj. Ha pasado el triple de tiempo que calculaba.
Me digo que esta travesía ha sido como entrar en un luminoso túnel de gusano. He perdido la noción de los minutos. Y, sin embargo, tengo la sensación de haber vivido el triple. De haber multiplicado cada segundo.
Vuelvo a casa. Me siento clara y en calma.

Para ver, miro. Para oír, escucho. Para aprender, olvido.

Me doy cuenta de que los árboles no siempre son verdes, pueden ser árboles malvas, árboles rojos, árboles blancos...


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