Incluso para hablar de las palabras necesito una imagen, aun cuando pienso que una imagen no siempre vale mas que mil palabras. Porque mil palabras, según cuales y cómo se digan, pueden no valer nada o significar mucho.
A mí las palabras me salvaron de la soledad. Me hicieron viajar hacia otras dimensiones, me hicieron de puente conmigo y los otros. A mí las palabras me hacen de red, me envuelven en una benéfica tela de araña que me acerca al mundo, a los otros.
Cuando alguien que me conoce, digamos de cerca, me dice que me expreso bien, "que tengo muy buen vocabulario", yo, en mi interior, sonrío. Contesto humildemente, que he leído mucho. Y, aunque no recuerde con detalle las historias, si recuerdo términos, maneras de decir, giros y floreos sintácticos. Admiro el buen decir, la precisión, el lenguaje sobrio que, con poco, dice mucho. El que no precisa mas.
Sé que casi nunca lo primero que se dice es lo mejor Que lo espontáneo es enemigo de lo certero, que lo improvisado casi nunca expresa lo que de verdad se siente. Que muchas veces lo fresco hay que buscarlo, podar, eliminar lo superfluo, para que aflore, nítido, limpísimo, lo realmente auténtico.
Por eso escribo con un grueso amigo al lado. Un diccionario de sinónimos que ha sido una de las mejores compras de mi vida. Y me entretengo en buscar el mejor de los términos, el más expresivo de los adjetivos. Releo, reviso, y después dejo ir, tranquila, el vuelo de la palabra y espero que, como mucho, diga algo parecido a lo que quise decir, porque lo que no puedo controlar está en el otro, quien recibe, que, a su vez, sazona, prejuzga o simplemente escucha, según su propio talante.
Pero eso es otro cantar.
Hola:
ResponderEliminar"Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo". Con esta frase, Wittgenstein acotó la ignorancia.
Afirmando que "lo que se sabe sentir, se sabe decir", Cervantes dejó sin argumentos lo inefable.
Me ha gustado tu artículo.