Una parte de la ciudad, permanece, empolvada y perfecta como una vieja dama.
Aparece, si la buscas, a la vuelta de la esquina, acompaña los pasos, me hace sentir en casa.
La otra parte es un bazar infinito. Un sin fin de paisajes, sugestiones y caminos.
Una oferta expuesta, colorista y vivaz, que me seduce con las plumas de la insolencia.
Me sumerjo en un baño de espumas fugaces.
El aire que me corta el rostro, la marea sofocante de humanidad apenas contenida en los vagones del metro.
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