El mar que somos


En aquél momento se me ocurrió pensar en nosotros como seres que flotan en un oscurecido océano, cabeceando como barcos inquietos o peces a la deriva. Arriba y abajo , mecidos o empujados por impredecibles corrientes.
En ocasiones, aflorando a la superficie, percibimos la belleza de las crestas de espuma, sin embargo, constantemente, nuestros pies rozan las abisales oscuridades llenas de ásperos presentimientos.

Me vuelvo y veo rostros, manos, cabellos como espirales que brillan un instante sobre las aceitosas aguas de terciopelo, me hundo, emerjo, sin hacer pie, sin sentir que avanzo, sin llegar a hundirme.

Y, sin embargo, el agua fluye, trae y lleva olas, esconde y revela cuerpos, en un contínuo movimiento interminable.

Es el vaivén de la paradoja, nuestra frágil vida entre el miedo y la fugaz esperanza.

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