flashback


Era por ahora cuando la fiebre verde llegaba.

Cuando empezaba a respirar de prestado algún aire más fresco, algún soplo salino y lejano.

Pero eso llegó más tarde. Primero fueron mis padres los que me inyectaron en vena la Tierra

de los Encantamientos. La que poblé de brujas de carbón y fuego, sirenas de cabellos de algas y

animales prehistóricos de cuarzo y nácar.

Al principio no había palabras.

Los primeros veranos que recuerdo eran de labios amoratados, piel de gallina y piernas de alambre.

Los baños en aquél Atlántico gélido se prolongaban tanto que mi padre nos lanzaba pequeñas piedrecitas desde la orilla para que saliéramos, temblando de puro frío, pero remolones, con algas en los pies y las manos llenas de tesoros vivos.

La primera aventura de cada verano, como un ritual muchas veces repetido, era el viaje.

Siempre hemos vivido muy lejos de Galicia. El trabajo de mi padre constantemente nos llevaba de casa en casa, de ciudad en ciudad, pero eso, lejos de incomodarnos, nos daba, ante los demás, un aire de bien escaso, un espiritu nómada que nos hacía diferentes, por si lo fuéramos poco.

El viaje, largo, siempre apretados en el asiento de atrás. Compartiendo espacio vital con algún perro, los periquitos de mamá, la guitarra y las múltiples provisiones que solo se nos permitían en esa ocasión especial.

Biodramina, bocadillos, maletas, vasos de plástico, caramelos… y nuestro repertorio musical, un puñado de canciones con el que alcanzábamos altas cotas de polifonía al más puro estilo “familia Trapp”.

Primero íbamos a la casa de mi abuela, inmensa y alada con sus batas multicolores y los brazos llenos de harina. Después compramos la tienda de campaña, dos habitaciones con doble techo y avance, y, mas tarde, cumpliendo un viejo sueño de mis padres, la caravana.

Pero ya por entonces yo vivía en mundos aparte y me escapaba por la noche o en la madrugada a pasear por la playa, a subir a los cercanos acantilados. Buscaba conchas, maderas blanqueadas y vidrios pulidos . (Sigo haciéndolo).

Me preparaba para los veranos como un biólogo o un explorador: Cuadernos de campo, pinturas, cámara y bolsa para posibles capturas.

Ahora se que lo único que capturé, más bien me capturó a mí fue la Fiebre Verde, esa que me enferma cada primavera y me hace mirar lejos, hacia el otro lado de mi pequeño mundo y acudir a los bosques cada vez más pequeños, a los acantilados cada vez menos secretos, a los escondites de mi niñez perdida y recuperada cada verano.

2 comentarios:

  1. Alguien dijo alguna vez que la única Patria que tenemos es nuestra niñez ...

    ResponderEliminar
  2. Si ese niño que fuiste sigue dentro de tí y lo reconoces, entonces siempre estarás en tu patria, en tu casa.

    ResponderEliminar